UNA FINESTRA OBERTA AL MÓN

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(c) Gallel Abogados

viernes, 1 de agosto de 2025

HOY, SOLO ESCRIBIMOS SOBRE JUECES

 EL GOBERNADOR DE LA ÍNSULA BARATARIA


- Poco hemos escrito sobre jueces, algunos más famosos que otros, pero, a todos se nos olvida el papel o función de juez que, como gobernador de la ínsula Barataria, desempeñaba el ilustre e ingenioso don Sancho Panza. Veamos uno de los momentos de su ejercicio judicial.

- Hacemos un viaje atrás en el tiempo, hasta el capítulo LI de la segunda parte de la obra del magistral don Miguel de CERVANTES SAAVEDRA, la famosa «Don Quijote de la Mancha», escrita en secreto por el reconvertido Cide Hamete Benengeli (trad. libre: el Señor Ahmet hijo del Ángel), capítulo titulado «Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos». 

- Esto es lo que nos cuenta el autor que sucedió, cuando tras desayunar un pedazo de pan y un racimo de uvas, recomendado por su médico Pedro Recio quien le convenció de que los manjares pocos y delicados avivaban el ingenio y, así, ¡allá que fue el gobernador a constituirse en audiencia pública junto al mayordomo y demás acólitos! ante los cuales un forastero le formuló la siguiente pregunta: 

(1) «- Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío, y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso... Digo, pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: «Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna». Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad y los jueces los dejabanI pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: «Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y conforme a la ley debe morir; y si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad, por la misma ley debe ser libre». Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces del tal hombre, que aún hasta agora están dudosos y suspensos, y, habiendo tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intricado y dudoso caso.

A lo que respondió Sancho:

- Por cierto que esos señores jueces que a mí os envían lo pudieran haber escusado, porque yo soy un hombre que tengo más de mostrenco que de agudo; pero, con todo eso, repetidme otra vez el negocio de modo que yo le entienda: quizá podría ser que diese en el hito.

Volvió otra y otra vez el preguntante a referir lo que primero había dicho, y Sancho dijo:

- A mi parecer, este negocio en dos paletas le declararé yo, y es así: el tal hombre jura que va a morir en la horca, y si muere en ella, juró verdad y por la ley puesta merece ser libre y que pase la puente; y si no le ahorcan, juró mentira y por la misma ley merece que le ahorquen.

- Así es como el señor gobernador dice —dijo el mensajero—, y cuanto a la entereza y entendimiento del caso, no hay más que pedir ni que dudar.

(2) - Digo yo, pues, agora —replicó Sancho— que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la ahorquen, y desta manera se cumplirá al pie de la letra la condición del pasaje.

- Pues, señor gobernador —replicó el preguntador—, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad espresa que se cumpla con ella.

- Venid acá, señor buen hombre —respondió Sancho—: este pasajero que decís, o yo soy un porro o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente, porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal. Y esto lo diera firmado de mi nombre si supiera firmar, y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula, que fue que cuando la justicia estuviese en duda me decantase y acogiese a la misericordia, y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.»

COMENTARIOS

- No vamos a entrar en la cuestión de la paradoja filosófica que enciende el dilema a juzgar, sino que vamos a analizar las, a nuestro entender, bases, referencias o antecedentes del texto cervantino, para lo cual hemos numerado las dos partes que queremos tratar:

(1) La base del relato está tomada del libro de los Jueces (12:4-7) que narra la batalla entre los varones de Galaad y los de Efraín, el poblado vecino, ganando los primeros, conquistando los vados del río Jordán. Cuando los efrainitas, vencidos en la batalla, querían cruzar el caudaloso río, los vencedores galaaditas les hacían decir la palabra «shibólet», que en hebreo significa avena, cereal, espiga y demás, palabra que los efrainitas no podían pronunciarla con el sonido «sh», sino que lo hacían con el sonido «s», «sibólet», de forma y manera que si lo pronunciaban mal, les degollaban y, así, hasta 42.000 efrainitas perecieron. El juez/rey de los galaaditas fue Jefté. Esta misma situación la toman los guionistas de «Monty Python and the Holy Grial» (1975) en la escena del «puente de la muerte».

(2) Este segundo párrafo del texto quijotesco la encontramos en el famoso juicio del rey Salomón  narrada en el libro de los Reyes I (3:16-28) en el que dos mujeres reclaman la maternidad del recién nacido y vivo de una de ellas, pues el otro recién nacido había fallecido cuando su propia madre se había dormido sobre el mismo. De todos es conocida la primera sanción salomónica que fue la de cortar el niño vivo en dos mitades, ante lo que la madre auténtica renunció a él en beneficio de la otra, la impostora, lo que motivó que el rey/juez Salomón entregase el bebé vivo a su auténtica madre, la que a él había renunciado. Bondad y misericordia.

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