UNA FINESTRA OBERTA AL MÓN

UNA FINESTRA OBERTA AL MÓN
(c) Gallel Abogados

miércoles, 26 de mayo de 2021

LA MEDIACIÓN EN LA LITERATURA (IV)

LA REPÚBLICA (i)
Platón

(c) Gallel Abogados

- Retomamos esta serie relativa a las herramientas que nos facilita la Mediación o, viceversa, esto es, las herramientas que facilitan la Mediación, a través de los antecedentes históricos que nos ofrece la Literatura, en nuestro caso, los clásicos.
- Nos adentramos en «La república» -en griego: «Πολιτεία»-, lo relativo a la «polis», lo que afecta a la comunidad, escrita por Platón en el siglo IV a.C., obra que se desarrolla como un «diálogo» entre su maestro Sócrates y ciertos personajes, a fin de exponer su razón sobre el funcionamiento de las sociedades y la resolución de sus conflictos.
- Lo primero que nos debe llamar la atención, en sede de herramienta de Mediación, es, como decimos, el establecimiento de un diálogo, entendido éste como hablar con otro o a través de otro, pues, su raíz griega «λóγος» nos remite a la idea de «decir, expresar», entroncando con su raíz «indoeuropea» *leg-, significando «recoger, colectar y derivados que significan hablar», según el diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española.
- Sócrates, buen conocedor de la mayéutica que su madre, al parecer, matrona, le había enseñado cuando ésta ayudaba, facilitaba a las parturientas a traer al mundo a sus bebés, no monologizaba, no daba una lección magistral en base a un «calla y escucha», sino que establecía una reciprocidad en el habla y la escucha, a modo de un «aquí estoy ¿tú que piensas?».
- Pues bien, hoy nos vamos al libro X de «La república», en el que, tras la ascensión de los buenos y justos por las aberturas del cielo y el descenso de los malos e injustos por la abertura de la tierra, regresaban sus almas a la tierra, juzgados que habían sido por jueces previamente, aquéllas limpias y alegres y éstas, cansadas y llenas de suciedad y polvo. Premio o castigo según resultó juzgado heterocompositivamente.  
«... Referirlo todo, Glaucón, sería cosa de mucho tiempo; pero lo principal -decía- era lo siguiente: que cada cual pagaba la pena de todas sus injusticias y ofensas hechas a los demás, la una tras la otra, y diez veces por cada una, y cada vez durante cien años, en razón de ser ésta la duración de la vida humana; y el fin era que pagasen decuplicado el castigo de su delito.»
- Entonces, sucedió que, quienes no habían podido subir por las aberturas del cielo, comprobaron los males que habían causado ellos y otros, mayormente que ellos, «unos hombres salvajes... henchidos de fuego... se llevaban a los unos cogiéndolos por medio... y, arrojándolos por tierra y desollándolos, los sacaban a la orilla del camino.». Ira funesta.
- Hasta que llegaron a ver el «huso de la Necesidad» (la diosa Anánke), que controlaba todas las «esferas», la del pasado, la del presente y la del futuro, que eran movidas junto a las Parcas, sus hijas: Láquesis la del pasado, Cloto, la del presente y Átropo la del futuro.
«XVI. » Y entonces el mensajero de las cosas de allá contaba que el adivino haló así: "Hasta para el último que venga, si elige con discreción y vive con cuidado, hay una vida amable y buena. Que no se descuide quien elija primero ni se desanime quien elija el último".
»Y contaba que, una vez dicho esto, el que había sido primero por la suerte se acercó derechamente y escogió la mayor tiranía; y por su necedad y avidez no hizo previamente el conveniente examen, sino que se le pasó por alto que en ello iba el fatal destino de devorar a sus hijos y otras calamidades; mas después que lo miró despacio, se daba de golpes y lamentaba su preferencia, saliéndose de las prescripciones del adivino, porque no se reconocía culpable de aquellas desgracias, sino que acusaba a la fortuna, a los hados y a todo antes que a sí mismo. Y éste era de los que habían venido del cielo y en su vida anterior había vivido en una república bien ordenada y había tenido su parte de virtud por hábito, pero sin filosofía. Y en general, entre los así chasqueados no eran los menos los que habían venido del cielo, por no estar éstos ejercitados en los trabajos, mientras que la mayor parte de los procedentes de la tierra, por haber padecido ellos mismos y haber visto padecer a los demás, no hacían sus elecciones tan de prisa. De esto, y de la suerte que les había caído, les venía a las más de las almas ese cambio de bienes y males. Porque cualquiera que, cada vez que viniera a esta vida, filosofara sanamente y no tuviera en el sorteo uno de los últimos puestos, podría, según lo que de allá se contaba, no sólo ser feliz aquí, sino tener de acá para allá y al regreso de allá para acá un camino fácil y celeste, no ya escarpado y subterráneo.
»Tal -decía- era aquel interesante espectáculo en que las almas, una por una, escogían sus vidas; el cual, al mismo tiempo, resultaba lastimoso, ridículo y extraño, porque la mayor parte de las veces se hacía la elección según aquello a lo que se estaba habituado en la vida anterior. Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió a manos de éstas; había visto también al alma de Támiras, que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que hacían también otros animales cantores. El alma a quien había tocado el lote veinteno había elegido vida de león, y era la de Ayante Telamonio, que rehusaba volver a ser hombre, acordándose de juicio de las armas. La siguiente era la de Agamenón, la cual, odiando también, a causa de sus padecimientos, al linaje humano, había tomado en el cambio una vida de águila. El alma de Atalanta, que sacó suerte entre las de en medio, no pudo pasar adelante viendo los grandes honores de un cierto atleta, sino que los tomó para sí. Después de ésta vio el alma de Epeo, hijo de Panopeo, que trocó su condición por la de una mujer laboriosa; y, ya entre las últimas, a la del ridículo Tersites, que revistió forma de mono. Y ocurrió que, última de todas por la suerte, iba a hacer su elección el alma de Ulises y, dando de lado a su ambición con el recuerdo de sus anteriores fatigas, buscaba, dando vueltas durante largo rato, la vida de un hombre común y desocupado y por fin la halló echada en cierto lugar y olvidada por los otros y, una vez que la vio, dijo que lo mismo habría hecho de haber salido la primera y la escogió con gozo. De igual manera se hacían las transformaciones de los animales en hombres o en otros animales: los animales injustos se cambiaban en fieras; los justos, en animales mansos, y se daban también mezclas de toda clase...» 

 - ¿Acaso se trataba de una situación empática la narrada como de mutación de personalidades? ¿Se trata de aprender de la experiencia? ¿De conocer las consecuencias de las actitudes? Entonces, el adivino lanzó a suertes los modelos de vida a seguir:

«Y después de haber elegido su vida todas las almas, se acercaban a Láquesis por el orden mismo que les había tocado; y ella daba a cada uno, como guardián de su vida y cumplidor de su elección, el hado que había escogido. Éste llevaba entonces al alma hacia Cloto y la ponía bajo su mano y bajo el giro del huso movido por ella, sancionando así el destino que había elegido al venirle su turno. Después de haber tocado en el huso se le llevaba al hilado de Átropo, el cual hacía irreversible lo dispuesto; de allí, sin que pudiera volverse, iba al pie del trono de la Necesidad y, pasando al otro lado y acabando de pasar asimismo los demás, se encaminaban todos al campo del Olvido a través de un terrible calor de asfixia, porque dicho campo estaba desnudo de árboles y de todo cuanto produce la tierra. Al venir la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede contenerse en vasija alguna; y a todos les era forzoso beber una cierta cantidad de aquella agua, de la cual bebían más de la medida los que no eran contenidos por la discreción, y al beber cada cual se olvidaba de todas las cosas. Y, una vez que se habían acostado y eran las horas de la medianoche, se produjo un trueno y temblor de tierra y al punto cada uno era elevado por un sitio distinto para su nacimiento, deslizándose todos a manera de estrellas. A él, sin embargo, le habían impedido que bebiera del agua; pero por qué vía y de qué modo había llegado a su cuerpo no lo sabía, sino que de pronto, levantando la vista, se había visto al amanecer yacente en la pira.
Y así, Glaucón, se salvó este relato y no se perdió, y aun nos puede salvar a nosotros si le damos crédito, con lo cual pasaremos felizmente el río del Olvido y no contaminaremos nuestra alma. Antes bien, si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que así seamos amigos de nosotros mismos y de los dioses tanto durante nuestra permanencia aquí como cuando hayamos recibido, a la manera de los vencedores que los van recogiendo en los juegos, los galardones de aquellas virtudes; y acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices.»  
- ¡Bonito final feliz! Tan solo hay que aprender de este relato bimilenario que nos lleva a considerar cuan importantes son, en todo proceso resolutorio de conflictos autocompositivos: (i) la atenta escucha, (ii) la autorreflexión, (iii) la empatía y (iv) el perdón (palabra compuesta del prefijo «per-», que denota una acción completa, acabada, y el verbo «dono, -as, -are, -avi, -atum» que significa «dar» o «donar» y así, nos encontramos con su significado de «regalar» algo para siempre)
 

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